De un rayo de luz esperanzador
surgió un ángel celeste,
sanando a su alrededor la tierra agreste
me salvó con la fuerza del amor.
Enérgica y cariñosa,
tierna y mimosa,
lograbas en mi una sonrisa esbozar
y mis ánimos alzar.
En tu cara se posaban mis dedos
con delicadeza y suavidad.
De esta forma se esfumaban mis miedos
y me inspiraban tranquilidad.
¿Recuerdas aquel anochecer de verano
caminando por la playa
bajo una, hermosa donde las haya,
luna llena, junto la melodía de un piano?
Mi dulce ángel de la felicidad,
que a tu lado ha habido mucha tristeza
que has transformado en fuerza
con el poder de la serenidad.
Besos y arrumacos
los recuerdo a menudo y a ratos.
Con el blando tacto el de tu mano
me daba cuenta de que era un afortunado.
Pero el ángel celeste se fue
y mi vida la misma no volvió a ser.
Que allá donde estés
seas feliz y conserves tu sonrisa
para que yo la vuelva a ver.
Ahora cierro los ojos por las noches,
y en mi mismo me adentro.
Y aunque me moleste el ruido de los coches
aguardaré el esperado reencuentro.
Un espejismo, ¿quizás? Las distancias separan, pero siempre prevalecerá el recuerdo y la esperanza.